DE CÓMO SOBREVIVIMOS A LA MEDICINA

Ejercer la medicina es toda una aventura casi imposible de explicar. Menuda carrera, literalmente. O más bien qué maratón. No es una profesión, diría, es otra cosa. Abarca mucho más. Demasiada intensidad. O así lo vivo yo, aunque creo que ese tinte lo pongo un poco en todo lo que hago. Nunca he sabido ser a medias.

La medicina es un poco como vivir apagando fuegos e incendiando cosas al mismo tiempo. Es puro cansancio también. Es, si tengo que elegir una descripción, trabajar mucho y dormir poco. Es ingeniárselas para sobrevivir. Es sacrificar tiempo libre, y que tu familia se sacrifique también. Es aprender sobre la marcha en una bici sin ruedines. La medicina es que se te pongan los huevos de corbata cuando se ponen malitos tus pacientes. Pero malos de verdad. Es que se te pare la respiración. Es ir corriendo a todas partes. Es vivir con la constante sensación de que te falta tiempo. Tiempo para estudiar, tiempo para aprender a hacerlo mejor, tiempo para atender mejor. Pero también es que te falte tiempo para ti y todo lo que no tiene absolutamente nada que ver con la medicina. Tiempo para los tuyos. Menudo trabajo, Dios mío. Esto es mucho más. 

En este mundo loco que no para ni un segundo y gira a toda velocidad, hemos escogido un camino con muchas curvas y muchas -pero que muchas- cuestas. A veces hasta te entra un poco el mal de altura. Qué vértigo. Esto es como subir el Everest. 

Pero ay, la medicina. La medicina también son ellos. Los que están contigo pasándolas canutas a las 3 de la mañana. Los que te invitan a cafés. Los que te dan un abrazo cuando literalmente no puedes más. Los que te preguntan que si “todo bien” cuando tienes una guardia de mierda. La medicina es hacer amigos y llorar con ellos alguna que otra vez. Es ayudarse a dar pasitos. Y sobre todo, la medicina es reírte a carcajadas de cañas y que de pronto nada tenga tanto peso. Es cambiar la perspectiva y ver blanco lo que antes estaba un poco oscuro. 

La medicina te quita mucho, desde luego. Pero ay, lo que te da. Te hace tener una segunda familia. Porque madre mía, qué de horas compartes. Eso no son compañeros de trabajo. Eso es mucho más. Y eso, si tuviera que apostar, es precisamente lo que nos hace sobrevivir. Qué difícil de explicar. Qué cortas y pequeñas son a veces las palabras. Qué personas más bonitas me ha regalado la medicina. Yo no sé cómo he podido tener tanta suerte. Menudo viaje. Qué curiosos lazos se forman cuando se comparte tanta intensidad. Y joder, qué bonita es de repente la ruta esta cuesta arriba cuando vas bien acompañado. De repente el camino es más ancho, más llano, esta mejor señalizado, y tiene unas vistas increíbles de toda la maldita ciudad. De repente ningún otro camino es más bonito, ni más apetecible. De repente te das cuenta de que hubiera sido imposible escoger mejor. Que nada te representa más. Que ninguna otra opción te hubiera hecho tan feliz ni te hubiera dado tanto.

Creo que si la medicina es un arte, debiera ser, sin ninguna duda, el arte de cuidar. Y no sólo a los pacientes (que también y por supuesto). Es también el arte de cuidar a los que andan contigo el camino. El arte de colaborar. De llevarnos las mochilas cuando pesan demasiado. Es el arte de ser familia y tratarnos como tal. El arte de hacérnoslo más fácil, quizá. Y si me preguntas, creo que no hay arte más noble que hacerle la vida un poquito más bonita a los demás.