OJOS QUE NO VEN, MIRARÁN MÁS TARDE.

Es alucinante lo ciegas que podemos llegar a estar las personas. Y lo mucho que tardamos en abrir los ojos para ver lo que no nos gusta. Porque… hay qué ver qué feliz se vive en la ignorancia. No sé vosotros, pero yo tengo una amplia y desastrosa capacidad para negarme las evidencias a mí misma. Puedo convencerme de lo que me de la gana, e incluso llegar a creérmelo. Algunos pensarán que es una gran virtud, yo misma lo he pensado durante mucho tiempo. Pero nada más lejos de la realidad.

Ojos que no ven, corazón que no siente, dicen. Pero se les olvida decir, que tarde o temprano, los curiosos ojos miran a esa dirección. Siempre. Sin excepción. Y entonces, no hay vuelta atrás. Y cuanto más tiempo has estado mirando a otro lado, con más intensidad siente el corazón, como si se quejara de haber estado viviendo bajo una gran mentira tanto tiempo. Y es que el corazón es así de temperamental, y le gusta enterarse de todo, aunque la cabeza se empeñe en menospreciarlo y autoconvencerse de que esta vez no se enterará de nuestra tapadera.

Cerrar los ojos a lo que el mundo pone delante de tus narices no es ser fuerte, ni ser valiente, ni saber afrontar las circunstancias. Simplemente es negación. Y me sorprende mi asombrosa capacidad para vivir en ese estado. Es muy cómodo, os lo aseguro. Porque puedes poner parches a tu realidad del color que más te apetezca ese día. Como esas tiritas de dinosaurios que tanto les gustan a los niños. ¿Que te has caído de rodillas? Rápidamente pones una bonita gasa que cubra el desastre, y cuanto más colorida mejor. ¿Un golpe en la cabeza? Ponemos una venda y sobre ella un bonito y pintoresco gorro de invierno.

Pero las heridas no se curan así. Tapándolas. Escondiéndolas. Así se infectan. Y durante un tiempo parece que nos hemos librado del problema. Pero volverá, y habrá empeorado,  por no haber querido limpiarla a tiempo. Porque el alcohol pica, y no nos gusta. Y nos encanta convencernos de que no hacía falta el agua y jabón. Que el golpe no era para tanto. Cabezotas. Mentirosos. Inmaduros. Así no se aprende nada de la vida.

En la vida hay que perder el miedo al dolor que causa el alcohol en las heridas. Así es como se cura; la única forma. Así es como se vive. Así es como se avanza. Y así es como la vida recupera todo su color. Y como en todo, intentarlo, echarle un par de huevos, es la única forma de aprender. Lanzarse al vacío, como los pájaros cuando intentan volar por primera vez. Y date prisa en saltar del nido, porque cuanto más tardas, más cosas te pierdes. Y no te engañes, lo que no has conseguido hoy, lo que pierdes cada día por miedo a intentarlo, no vuelve a venir. Las oportunidades que tú pierdes, se las quedan otros. Así que deja de quejarte, y de poner excusas, deja la procrastinación y salta de una vez. Eso sí, no te olvides de llevarte un botiquín, porque más de una vez te torcerás un tobillo. Pero como dice una canción… a veces es mejor sentir dolor, que nada en absoluto.