SABIDURÍA PARA RECONOCER LA DIFERENCIA

Muchas veces se trata de esforzarse más fuerte para lograr los objetivos. Es necesario probar otra vez, desde otra perspectiva; pero al fin y al cabo intentarlo una vez más. Porque las cosas, y sobre todo lo mejor de la vida, no cae fácilmente y por arte de magia sobre nuestras manos. Nadie va a regalarte nada, pero eso en el fondo es bueno: nos hace competentes.

Sin embargo, por desgracia, a veces no se trata de intentarlo, sino de dejarlo escapar. De poner punto y final. No sabría decir cuál de las dos cosas es más complicada, porque cuesta tanto el hacer un nuevo esfuerzo como rendirse ante la evidencia de que no puedes lograr lo que quieres, al menos, no por ese camino.

La vida está repleta de decisiones complejas. Siempre pensamos que decidir es elegir la mejor de las opciones. No obstante, también consiste en renunciar a aquellas que no han sido escogidas. Aunque duela. Porque consideramos que aquello con lo que nos quedamos va a suplir las carencias de lo que inevitablemente hemos tenido que abandonar.

Es complicado, está claro. ¿Quién dijo que la vida era fácil? ¿Y qué pasa si nos equivocamos al escoger? Dicen que todos los caminos llevan a Roma, pero no sé yo… ¿Por qué tenemos que ir todos hacia el mismo sitio? ¿Y si quieres ir a Roma y el camino está cortado por las obras?

Tenemos tantas dudas como opciones nos da la vida. Muchas veces, tomaremos la opción acertada. Otras, muchas también, meteremos la pata hasta el fondo. Cuando nos equivoquemos, puede que tengamos las herramientas para subsanar el error, pero en otras ocasiones nos tocará apechugar con lo escogido. Tendremos que intentarlo más, a veces hasta el agotamiento, y otras veces tendremos que renunciar a lo que pudo ser y no será.

Reinhold Niebuhr, un teólogo y politólogo estadounidense, oró en una ocasión diciendo: «Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para reconocer la diferencia». Puede que ahí precisamente, esté la clave. En reconocer la diferencia entre las batallas que debemos luchar, y las que no nos corresponde librar a nosotros. Tampoco es algo sencillo, pero tenemos toda la vida para equivocarnos y aprender de los errores del pasado. Toda una vida para disfrutar, tanto de nuestras victorias como de nuestras derrotas, que al fin y al cabo, nos han hecho como somos.