VALIENTES.

Dicen que el éxito se define por cómo aceptamos la decepción. Al fin y al cabo, de diez veces que lo vamos a intentar, nueve de ellas habremos fracasado. Lo cual me lleva a pensar que, por pura estadística, tenemos más oportunidades de aprender de las tortas que nos comemos que de cuando logramos alcanzar nuestro objetivo. Así que, un fracaso nunca es un error si aprendemos de él una lección. 

En la vida recibiremos muchos reproches, uno por cada vez que metamos la pata hasta el fondo; de hecho, quizá dos o tres. Pero no importa, nunca importa, siempre que no puedan echarnos en cara que no lo intentamos. Al fin y al cabo, levantarse es de valientes. Y para levantarse y demostrar que podemos ser fuertes, hace falta haber caído primero.

Es normal que nos asuste demasiado la decepción que nos impida empezar de nuevo. Que nos paralice. Nos congele. Pero quien no arriesga nada no consigue nada; no tiene nada. Nos da miedo mirar hacia delante y no saber qué será de nosotros. Siempre intentamos tener cada situación bajo control, incluso predecir los giros inesperados que da la vida. Pero es inútil y agotador, porque en realidad, lo único que sabemos del futuro es que será distinto a lo que conocemos ahora.

Vivimos con miedo a los cambios, con miedo a lanzarnos al vacío. Pero, ¿qué es lo peor que puede pasar? Echando la vista atrás, ¿cuántas veces te has equivocado? Muchas, millones. Pero si estás aquí es porque detrás de cada caída hubo siempre una nueva esperanza, una nueva lucha. 

Quizá nuestro mayor temor es que todo siga igual. Y aburrido. Lo importante a fin de cuentas es saber que al final, todo saldrá bien. De hecho, si no salió bien es que, creedme, eso no era el final. Y mientras tanto, mientras no sale bien, mientras tropezamos una y otra vez, sólo hace falta que recordar que… ¿vivir? eso es cosa de valientes.