EL SECRETO DE LAS TORTUGAS.

La vida avanza, lenta pero sin pausa. Y nosotros avanzamos con ella. A veces incluso sin darnos cuenta, y otras oponiendo cierta resistencia. Cambian los episodios, pasamos pantallas, se suman acontecimientos y olvidamos recuerdos que prometimos guardar para siempre. Cambia nuestro aspecto, se arruga la frente, nos compramos zapatos nuevos, nos hacemos agujeros en las orejas y tiramos los pantalones de campana. Y de la misma forma, cambiamos en aspectos menos evidentes: se modifican nuestras ideas, nuestros intereses, nuestras metas… y luchamos por cosas por las que nos prometimos no volver a pelear nunca más.

Así es la vida. Imprecisa. Inconstante. Muchas veces contradictoria e incoherente. Pero incesante. Nunca se detiene; no sabe hacer eso. Y a veces nos cuesta estar a la altura de las circunstancias que se presentan. Porque moverse al ritmo a veces es agotador; y quedarse quieto mientras el mundo gira, marea.

Y el futuro nos asusta, con tanto movimiento. No sabemos qué será de nosotros en unos años, sin darnos cuenta de que ahora mismo estamos viviendo lo que hace unos meses parecía tan sumamente lejano. Y se nos olvida que los cimientos para mañana se construyen hoy mismo; que ahora es el momento de valorar, cuidar y disfrutar lo que tenemos. Porque, si no sabemos hacerlo, corremos el riesgo de perderlo antes siquiera de darnos cuenta de que estaba en peligro de extinción. 

Una vez me hablaron de las tortugas. Un animal que tiene que escoger bien sus batallas. Cada pasito que da tiene un fin, porque de lo contrario no realizaría tal esfuerzo. Así que está segura de que cuando se mueve es por algo importante de verdad. Todo lo que merece la pena en esta vida requiere un esfuerzo, y aún más para estos pequeños reptiles. Tienen que pensar más concienzudamente a dónde quieren viajar, y una vez establecido el objetivo caminar con seguridad y firmeza sin detenerse. 

A nosotros, sin embargo, nos encanta sentirnos libres e ir y volver de un lado para otro, sin parar casi a coger aire; como si respirar fuera una pérdida de tiempo. Pero corriendo, uno no puede fijarse en los pequeños detalles que nos regala la vida… Supongo que a veces es bueno pararse y pensar como una tortuga. Dónde estamos exactamente, y a dónde queremos llegar. Si estamos yendo por el camino correcto. Si merece la pena seguir andando por él. Si es momento de movernos, con nuestra casita a cuestas. Nuestro caparazón repleto de ilusiones y decepciones, de risas y cabreos, de recuerdos de todo tipo y a cualquier edad. Porque cuesta mucho mover tantas cosas en un sólo paso. Pero quien no lucha por lo que quiere no merece lo que desea. 

Y entonces. Cuando evalúas. Piensas. Pero sobre todo, sientes. Avanzas, al ritmo de la vida. Y recuperas el equilibrio. Y no te cansas, ni te mareas. Sólo disfrutas del camino que acabas de escoger.

COBARDES.

La vida no se detiene. Por nadie. Sigue adelante, con o sin nosotros. Porque aunque no nos guste admitirlo, nadie es tan sumamente importante como para que el mundo deje de dar vueltas por su ombligo. Nos falta tiempo, y los días no se hacen más largos para satisfacernos. Queremos estar en más de un sitio a la vez, pero por desgracia, el giratiempo de Hermione no adquiere más dimensiones que la de nuestra imaginación.

Y es así, aunque moleste. Y es curioso que seguimos empecinados en desaprovechar las pequeñas cosas que sí podemos conseguir. Porque somos cobardes. Y porque seguimos pensando que el mundo va a esperar a que estemos listos. A que las circunstancias sean las idóneas, exactamente como habíamos planeado. Pero ¿y si nunca lo son? ¿y si nuestros planes nunca encajan a la perfección con la realidad? ¿y si esperamos sentados hasta que olvidamos cómo funcionaban nuestras piernas? ¿y si llegamos tarde?

Y puede que en el fondo seamos capaces a afrontar esas cosas que nos da tanto miedo conseguir. Que seamos fuertes, ágiles, inteligentes, hábiles, incluso que queramos esforzarnos. Pero, como dijo en una ocasión C. S. Lewis: «en ausencia de valor, ninguna virtud sobrevive».

Las buenas intenciones, son sólo intenciones. Y hasta que tengamos la valentía de luchar por nuestras batallas, seguirán sin ser nada más que eso; eso que nunca lleva a nada. Y nuestras batallas son nuestras, y nos corresponde a nosotros librarlas. Pelear. Ganar o perder. Pero a tiempo. Porque sólo existe lo que hay, por lo que nos esforzamos. Y lo que dejamos escapar se fue, y tal vez no vuelva, porque fuimos demasiado cobardes para extender la mano y coger eso que estaba justo delante de nuestras narices. Y después llegan los «qué hubiese pasado si», en pretérito pluscuamperfecto y subjuntivo. Los «quise y no lo hice» del pasado, que son más peligrosos que los «y si» que nos planteamos pensando en lo que podrá ser. Porque sí, el futuro da miedo, pero cuando se vuelve pasado, ya no hay posibilidad de luchar por él.

Así que abre los ojos, como platos, para no perderte nada. Para nos desaprovechar nada. Deja pasar lo que no te interese, pero agarra fuerte lo que quieras mantener. Porque la vida pasa volando y hoy estás aquí, pero mañana nadie sabe. Y no tengas miedo a perder, porque al menos siempre te quedará el consuelo de haber sido todo lo valiente que debiste ser.