NI BOTÍN CON SU BOTÍN

Todos hacemos planes. Nos organizamos la vida. Algunos cuadriculados como folios milimetrados, y otros como hojas que se dejan levantar por el viento. Pero al final, quien más quien menos, todos contamos con mañana para terminar lo que hoy nos da pereza hacer, para pedir perdón a quien hemos odiado por segundos, para apuntarnos a esas clases de guitarra que siempre postergamos.

Es más, contamos con unos cuantos meses, con un puñado de años. Porque con lo que nadie cuenta nunca es con los imprevistos. Al menos, no con el más cortante e incapacitante de todos. Pero es curioso que a veces, una simple noticia te hace pararte y pensar en ciertas cosas.

Emilio Botín murió hace exactamente cinco días. Un tío duro. El banquero de oro. Un millonetis. Pero la muerte no espera a nadie, no acepta negociaciones. No escucha a sus víctimas ni se deja sobornar por esos billetitos de colores que a los humanos tanto nos seducen. Viene y se va, y de camino se lleva a quien quiere cuando quiere. Y no hay más que a hablar.

A veces es silenciosa. Otras veces, como ahora, sacude a un país con su noticia. A veces se hace la generosa dándote tiempo a despedirte, pero otras aparece como un ladrón en medio de la noche, sin pestañear.

Y mientras aquí estamos, perdiendo el tiempo. Creyéndonos más listos que nadie. Aburridos de la vida y sus colores. Perezosos de volver a empezar otro septiembre. Desafiando las leyes de la física y el tiempo para posponer todos nuestros sueños como si fuéramos a vivir 100 años con la vitalidad que tenemos ahora. Pensándonos invencibles e indestructibles. Sin agarrar el toro por los cuernos, porque de eso ya habrá tiempo más tarde.

Y se pasan los días, las semanas y los años. Y desaprovechamos las vueltas que da la vida. No sonreímos a los problemas ni nos dejamos sorprender. Inmutables. Como estatuas de cera que permanecen sin envejecer ni modificar su forma y mente.

O no. O cantamos en la ducha y salimos corriendo porque llegamos tarde a las mil cosas que tenemos que hacer. Y se nos cae el café por la mañana y nos hace gracia la torpeza que podemos llegar a tener. O Decidimos sobre la marcha cocinar para quince. Y nos sacudimos el polvo y seguimos adelante. Y tropezamos en un proyecto pero emprendemos uno nuevo. Y nos reímos de esas cosas que al fin y al cabo no tienen tanta importancia.

Cada cual sabe lo que hace, y cómo se lo toma. Cada cual decide dónde va.
La cuestión es si mañana nos gustará el camino que escogimos.
De hecho, la cuestión es si nos está gustando hoy.