HISTORIAS DEL MIR, DEL POSTMIR, Y DE CÓMO VOLVER A VIVIR.

Han pasado tres días desde El Día M. Y han pasado muchas cosas. La primera (y la más esperada), que hemos salido y hemos celebrado la libertad de la mejor forma posible: sin conocer el resultado. La segunda, que hemos dormido sin ponernos alarma; que puede parecer algo sin importancia, pero todo MIR sabe que es como un regalo del cielo. Y la tercera y más importante de todas: que hemos metido la plantilla para comprobar cómo de bien o mal (provisionalmente) nos ha salido el MIR. Para este último punto, ha habido dos tipos de médicos: los que lo averiguan tan pronto como pueden, y los que lo hemos postergado hasta que nuestra familia nos ha suplicado que dejemos de vivir felices en la deliciosa ignorancia.

Todo aquel que ha pasado por el examen MIR sabe cómo es ese momento. Y nadie más lo puede entender; pero voy a intentar que os hagáis a la idea: es un drama. Porque, a pesar de que las abuelas de todos nosotros creen que vamos a quedar los primeros porque «somos muy listos», sólo hay un número uno. De hecho, por favor, familias, entended esto: no es siquiera cierto que si estudias vas a sacar la plaza que querías. Porque todos nos lo hemos currado mucho, todos somos estudiantes de élite y, sobre todo, todos nos merecemos esa puñetera plaza. Pero nos ordenan. Nos tatúan ese número en la piel que decide todo nuestro futuro en un día. Y dan igual el resto de tus cualidades. Da igual tu humanidad o cómo de bien tratas a la gente. Da igual si te va a apasionar tu trabajo, si sabes dar una mala noticia a un paciente, o si sabes tratar a una persona desnuda con el respeto y la deferencia que merece. A veces incluso da igual si has estudiado, porque todo el mundo puede tener un mal día. Pero esto es así: nada más importa.

¿Sabéis eso que dicen de que la vida pasa delante de tus ojos cuando mueres? Bueno, pues también pasa ahí, mientras se carga la página de la primera academia que has elegido para este momento. Aunque, por favor, que a nadie se le olvide tampoco: esto no es cuestión de vida o muerte.

El MIR es un examen injusto. No siempre refleja cuánto y cómo de bien ha estudiado cada uno. No siempre te devuelve lo que le diste. En el MIR todos hemos aprendido más que en ni sé cuántos años de carrera. Pero no todos tendremos plaza. Y que a nadie se le olvide tampoco: el número no te define.

Pero lo más injusto del MIR es que, siendo un examen oficial del Ministerio de Sanidad del Estado, no tiene temario. Y eso es una broma de mal gusto. Supongo que para todo el mundo es evidente que la medicina es absolutamente inabarcable. Inmensa. Y por cierto, muy cambiante. Cosas que estudiamos en enero ya no estaban vigentes el día del examen. Y cada academia te prepara para esto de la mejor manera que sabe y entiende. Estudiando un amplio abanico de cosas o centrándose en lo que es rentable de estudiar. Con técnica de examen. Enseñándote el ancestral arte de intentar adivinar con picaresca las cosas para las que tienes cero conocimientos teóricos. Pero, ¿qué pasa con esas preguntas que nunca han salido antes en el MIR, no tienen relevancia clínica, y suenan a chino chinesco? Que respondes jugando al «voy a marcar esta que la enfermedad tiene un nombre guay» o «ante la duda la 3» e interviene el azar. Y así, señores del ministerio, no se filtra bien al que mejor ha estudiado. Eso no debería valer. No debería haber azar en el examen más importante de nuestra carrera.

Y después de todos estos momentos, justos e injustos, ha llegado el último: la realidad. Y cada uno se enfrenta a ella como puede. Y por supuesto, como su número provisional le deja. Lo celebras o te replanteas tus posibilidades. Respiras hondo. Y yo, que has llegado hasta aquí, y saques lo que hayas sacado, te doy la enhorabuena. Porque por si alguien no se había dado cuenta, esto no era una competición. Aquí no peleas contra nadie, y nos hemos ayudado unos a otros a llegar a la meta. Todos le hemos deseado lo mejor a nuestros compañeros. Nos hemos dado ánimos y hemos compartido cañas al salir de cada simulacro. Nos hemos quejado y nos hemos repetido que «oye, esto no es tan malo como yo pensaba». Y eso, que tampoco se te olvide, te ha hecho mejor médico.

Y no, no puedo acabar sin antes dar las gracias a todos los que habéis estado en la retaguardia. A las familias que con paciencia infinita nos habéis cocinado y mimado. A las parejas que habéis sufrido la reclusión del MIR como si vosotros mismos os hubierais presentado. Sois unos benditos. A los amigos que nos habéis deseado una y mil veces la mejor de las victorias. A los que nos habéis traído Brownies la última semana del MIR. A los ahora residentes a los que os hemos acosado con nuestras preguntas. A todos, y también a los que me dejo, infinitas gracias por estar ahí. La mitad de nuestras netas son vuestras.

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